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Contando los muertos… Pandemias y globalización en el mundo antiguo
La pandemia actual de COVID19 que está asolando el mundo, no constituye una novedad en nuestra historia. De hecho, en estos días se recuerda la epidemia de gripe que asoló el mundo entre 1918-20, la mal llamada “gripe española”, por ser nuestro país el primero en informar sobre la misma, mientras que las potencias mundiales inmersas en la PGM censuraron la gravedad de la misma. Sin embargo, conocemos otras pandemias más antiguas, como las que vivió el Imperio romano en el siglo II d.C. o el Imperio Oriental en el siglo VI d.C. Todas, aunque los agentes fueran diferentes -viruela, peste, gripe, Covid19…- tenían en común la facilidad de propagación de la enfermedad en un mundo globalizado mucho más parecido al actual que lo que pensamos habitualmente.
LA PESTE ANTONINIANA (165-180 d.C.)
La peste antoniniana (165-180 d.C.) fue propagada por todo el Imperio romano por las legiones que volvían del Próximo Oriente después de luchar con los persas. En esa época el Imperio había alcanzado su máxima expansión territorial y las relaciones con Oriente -Persia y China- eran comunes. El foco de la enfermedad se produjo durante el asedio de la ciudad de Seleucia en 165-66, una de las metrópolis mayores del mundo, situada a la orilla del Tigris, y enfrente de Ctsifonte. El regreso de las legiones propagó la plaga a todo el Imperio Occidental. El médico griego Galeno viajo desde Asia Menor a Roma convocado por los Augustos en 168 d.C. y describió la enfermedad –grande y larga duración– y sus síntomas –fiebre, diarrea, inflamación de la faringe, erupciones purulentas en la piel…-, seguramente viruela, que estaba presente en Asia, pero no en Occidente, donde sus habitantes carecían de inmunidad. La pandemia afectó a millones de personas y fallecerían en torno a 5 millones de personas, afectando a todas las clases sociales. Es la época que recoge la famosa película Gladiator -Riddley Scott, 2000-, y falleció primero el emperador Lucio Vero y después el corregente Marco Aurelio, uno al inicio de la pandemia -169- y el otro al final -180-.
LA JUSTINIANEA (541-543 d.C.)
La segunda de las grandes pandemias del Mundo Antiguo fue la peste Justinianea (541-543d.C.), aunque sus brotes se reprodujeron hasta el siglo VIII d.C. Se estima que fallecieron entre 25 y 50 millones de personas, un 25% de la población. En este caso el origen del foco estuvo en el este de África, quizás en Rhapta (Tanzania), un importante enclave comercial y desde allí llegó al Alto Egipto y por el Nilo al Mediterráneo. Si ahora son los aviones y los aeropuertos los que facilitan la movilidad y el contagio, en el pasado fueron los puertos. Así, en el 541 la peste llegó al puerto de Pelusium, entrada al Mediterráneo, desde allí a Antioquía y Constantinopla. De nuevo otra similitud con las pandemias contemporáneas, en las grandes aglomeraciones urbanas se incrementa la posibilidad de contagio. En este caso, Juan de Éfeso nos describe la enfermedad –bubones, ojos sanguinolentos, fiebre alta y pústulas, confusión mental…- y también nos habla de la rapidez de propagación y su alta mortalidad, así como las muertes diarias. La peste afectó al propio Emperador, Justiniano (483-565), aunque no falleció y sobrevivió a la enfermedad. La mortalidad en Constantinopla fue tan grande que se habilitaron grandes fosas comunes para enterrar los miles de cadáveres.
En este caso, la arqueología ha podido determinar el agente de la pandemia estudiando los restos óseos de las excavaciones de diferentes yacimientos de Europa, África y Asia. La plaga estuvo causada por la bacteria Yersinia pestis, siendo trasmitida por los roedores, como la rata negra –Rattus rattus– que convive habitualmente con los humanos. Las ratas anteriormente han sido infectadas por las pulgas. Está fue la primera pandemia de peste bubónica que tenemos atestiguada y tuvo varias oleadas hasta su desaparición en el siglo VIII d.C., volviendo con fuerza en la Edad Media. Este fue un claro caso de zoonosis, que quizás sea el origen del actual brote de Covid19.
Entre los cientos de yacimientos que nuestro departamento de Arqueología ha excavado desde hace más de 20 años, hemos excavado muchas necrópolis de este período en las que podemos estudiar la demografía de las poblaciones antiguas, su dieta y las enfermedades comunes. Más difícil es poder determinar que algunos de los decesos se hallan producido por una pandemia como las arriba descritas. Sin embargo, en dos ocasiones hemos localizado cementerios con características especiales, como la necrópolis tardoantigua del Cerro de la Gavia -Madrid- que excavamos en el año 2000, formada sólo por individuos infantiles, algunos de muy corta edad. La necrópolis se fecha en el siglo VI d.C., en el momento de esta pandemia, el hecho que fueran niños es lo que motivaría su enterramiento en un espacio ad hoc y no en una fosa.
Más recientemente, en el 2011, excavamos otra necrópolis de este período, La Quebrada -Carrascosa de Campo, Cuenca. Se trata de una pequeña necrópolis rural, ligada a una pequeña explotación agrícola. Allí, en la tumba 4 podemos ver una mujer adulta acompañada de un niño de entre 6 y 7 años, que fallecieron a la vez y fueron enterrados juntos por su nexo familiar. Más evidente, es el enterramiento 5, que fue arrojado a una fosa, sin ningún cuidado, a diferencias del resto de las cistas o fosas en los que las personas se entierran en decúbito supino. Es muy probable, que este adolescente fuera arrojado así por una causa excepcional, como la peste, temiendo el contagio. Este tipo de enterramientos en hoyos o silos, oportunistas, son frecuentes en los yacimientos de esta época.
Las consecuencias de las dos pandemias, Antoniniana y Justinianea, fueron idénticas y después vino una gran crisis económica que afectó al Imperio. Marco Aurelio que, además de Emperador, fue un gran filósofo -estoico- ya advertía en su obra Meditaciones que hay acciones humanes más letales que la peste y agonizante pronunció: «No lloréis por mí. Pensad en la pestilencia y la muerte de tantos otros».